Este experimento llevado a cabo por una maestra de escuela nos muestra cuán fácil es inculcar la discriminación basada en cualquier diferencia. Pero también nos hace ver que es igualmente posible modificar las creencias que sustentan los prejuicios discriminatorios.
Los niños con dificultades de lectura a menudo se sienten discriminados por su entorno. Se sienten diferentes e inferiores a sus compañeros y es muy fácil que éste sentimiento se vea respaldado por el comportamiento discriminatorio del entorno.
A Pablo le cuesta leer, hace tiempo que quedó rezagado de sus compañeros.
Antes de que en la escuela tocase aprender a leer, Pablo era uno más, era un niño despierto y divertido. Cuando aprendieron a leer, sus compañeros lo aventajaron de forma rápida y evidente, por lo que Pablo empezó a sentir que algo no funcionaba bien en él. Como la lectura es una vara de medir la inteligencia en la escuela, Pablo se sintió tonto e incompetente.
Cuando le tocaba leer en voz alta, algunos de sus compañeros se reían, otros lo compadecían, incluso hubo algunos que se aburrían porque tardaba mucho en terminar de leer. La maestra se desesperaba y en casa, sus padres estaban tan preocupados por su futuro que hicieron esfuerzos enormes para que Pablo leyera como los demás niños.
Pablo se fue convirtiendo en un niño inseguro e introvertido, aunque podría haberse convertido en un niño gamberro y ruidoso. Ambos patrones de comportamiento añaden obstáculos para su éxito académico. Pablo, un niño que sólo tenía dificultades de lectura, acumuló otras dificultades (de comportamiento, memoria, estado de ánimo, actitud, autoestima baja…) que afectaban no sólo a sus resultados académicos si no a su desarrollo vital.
La historia de Pablo es la de cientos de niños y niñas con dificultades de lectura cuyo mayor obstáculo no son las letras y las palabras (que lo son), si no la incomprensión de su entorno. Pero como nos muestra el vídeo de Miss Elliot, la discriminación se puede desaprender.
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